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BAJO LAS SOMBRAS DE LA SOLEDAD

7/2/2021

Cuento (no tanto) Breve

 

La vivienda de los Sarian, otrora lujosa y envidiada construcción de los años sesenta, ubicada en la calle Guadalupe de la localidad bonaerense de Valentín Alsina, lucía descuidada, desprovista de color y en estado de abandono. Apenas veinte años atrás ella representaba un oasis de paz y ventura, cubierta de flores, verde intenso su jardín al frente y en su parte posterior un enorme patio de baldosas españolas, rodeada de macetas artesanales, más notables detalles arquitectónicos, cuales lograban transportar la imaginación a los Jardines de la Alhambra, en Granada. Cada domingo, se daban cita en ese lugar cautivante cuatro generaciones de los Sarian, el clásico asado criollo y el mezé armenio confraternizaban para satisfacción de los paladares. Música, cantos, alegría y brindis, esta vez en una alianza sin disimulos entre el cabernet y el anís. Los más chicos, elaboraban sus propios juegos y diversiones, los hombres, superada la ceremonia de los postres orientales y el café, daban comienzo a la competencia de tavli, actividad que duraba hasta la caída del sol, mientras las mujeres con sus charlas, ponían al día los chimentos de la comunidad armenia y los temas artísticos locales.

 

Esteban Sarian, cordobés, de abuelos armenios, sentado en un sillón de mimbre, en el jardín al frente de su casa, sobre el pasto seco y amarillo, bajo la sombra de un triste limonero, único sobreviviente de la batalla de los años, miraba perdido el cielo azul, como rememorando aquellos tiempos felices, tratando tal vez de descifrar su presente, bajo las sombras de la soledad. Sus padres habían fallecido, perdido a Carmen su esposa y compañera de toda una vida, a manos de una enfermedad súbita y terminal. Sus hijos y nietos emigrados a Madrid, en busca de nuevos horizontes tras la crisis del 2001. Crisis que terminó con su actividad empresaria como fabricante de calzado, al que también estaban asociados sus hijos Raffi y Mihran, hoy residentes españoles.

 

Encerrado en su melancolía no encontraba motivación para salir y mucho menos emprender actividad alguna que pudiera superar su amargo estilo de vida. Algún domingo llegaba hasta la Iglesia Armenia de la calle Murguiondo para escuchar misa, otras, merodeaba por las cercanías del Colegio Jrimian, recordando sus años de adolescencia y una vez por semana, se encontraba con un par de amigos en un bar de la Estación Avellaneda, quienes también envueltos en una burbuja de depresión y tristeza, no hacían más que aportar cartas perdedoras en su juego por la vida.

 

En una circunstancia casual, una vecina quien hacía sus compras en el mismo supermercado que él habituaba, le entregó un volante que invitaba a personas mayores a reunirse los días domingos por la tarde para compartir vivencias comunes, tratar algún sensible tema específico, revisar aspectos humanos, intercomunicarse, fraternizar y formar parte de un grupo de personas con el ideal común de superar la soledad, formando parte de un conjunto humano con similares necesidades anímicas y espirituales. No fue fácil ni rápida su decisión. Finalmente accedió a la idea de participar.

 

“CAMINEMOS JUNTOS”, era la consigna. La coordinadora de la reunión, Claudia Romano, una entusiasta conocedora de los aspectos más sensibles y agudos en las relaciones humanas, quien desarrollaba esta actividad partiendo de su propia experiencia, aunque su compromiso laboral corriente lo ejerciera en un Municipio, la pasión por los temas humanos la habían conducido a esta tarea que se puede decir voluntaria, en prueba de su solidaridad para encontrar nuevas alternativas en la aproximación entre las personas. Aquel domingo por la mañana, Esteban se sentía diferente. Tenía un compromiso en su agenda, comúnmente en blanco. A las cuatro de la tarde se iniciaba la reunión en el privado de una confitería cercana a Plaza Flores, en la Ciudad de Buenos Aires. Esteban Sarian, se presentó vestido prolijamente, saludando a Claudia, facilitándole sus datos personales, muy sobrio, pero al mismo tiempo con tanto miedo y nerviosismo como un niño al inicio de la escuela primaria. Aquel día, una veintena de personas se hacían presentes, con mayoría de mujeres, el tema del día “¿Qué espera alguien de quien puede ser su pareja?” Tras la presentación de cada uno de ellos, la conductora de la reunión dio las pautas vinculadas al tema del día, comenzando por las opiniones individuales. A medida que trascurrían los minutos Esteban se sentía más importante, se volvía a reincorporar a grupos humanos, tras largo tiempo de encerrarse en nebulosas imágenes melancólicas, era alguien, lo escuchaban, le preguntaban, alguna señora le sonrió. ¿Cuánto tiempo hacía que no sucedía esto en su vida? Sólo entre cuatro paredes, cargado de dolor y tristeza, sin presente ni futuro, sin proyectos ni esperanzas. Simplemente esperando el día final.

 

En el corte para tomar la merienda, entabló conversación con sus pares y… hablaron de fútbol, algunas señoras preguntaron acerca de sus pesares, le contaron los suyos. Finalmente un espacio con juegos de interacción, rompiendo estructuras, euforia competitiva para llevarse el premio mayor… ¡UNA GOLOSINA! Participó con entusiasmo, formando equipo para el triunfo. Por momentos se sorprendió de su propia actitud.  Estaba agradecido de estar allí, con tanta gente cargando pesadas mochilas, sin embargo alegres,  alentándose unos a otros, mitigando el dolor y las tristezas cuando se hablan de los mismos. Salió y al caminar, en un anochecer de primavera, diferente, impensado por la Avenida Rivadavia, sintió una extraña ansiedad, estaba deseando que llegara pronto el próximo domingo. No lo podía creer. Se abrían las puertas hacia el campo soleado, quedarían atrás los días obligados a caminar BAJO LAS SOMBRAS DE LA SOLEDAD.

 

“Si te caes por tus problemas, levántate por tus sueños”

 

A.K.