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REGRESO A LA AUSTERIDAD

5/27/2020

 

Es imposible negar que el mundo ha recibido un golpe contundente, fortuitamente nos obliga a reemplazar muchas cosas, específicamente la administración de gastos y muy fundamentalmente la eliminación de excesos innecesarios y las flaquezas del despilfarro. Las conductas de consumo cambiarán, probablemente no tanto por una sensación de reacción ante la realidad adversa, sino porque los ingresos se verán limitados a una situación diferente de recursos.

 

Los que pertenecemos a las generaciones de mediados del siglo pasado, fuimos educados en un escenario de austeridad que el avance de los años fueron dejando en el olvido, claro que la Segunda Guerra Mundial, dejaron sus huellas para convocar a dicho temperamento. No había en casa lámparas innecesariamente encendidas, tampoco los placares rebalsaban de ropa escasamente detectado, los platos se servían de acuerdo al consumo de cada uno, cuidábamos cada hoja de nuestros cuadernos, los libros de lectura y manuales escolares eran provistos en general por un alumno que pasaba al grado superior, cuidábamos nuestro calzado y vestimenta con religiosa celeridad, las salidas y los viajes eran medidas de acuerdo al presupuesto.

 

En verdad hoy la austeridad no es una virtud que está muy de moda porque, efectivamente, la sociedad consumista y la cultura del placer nos han impuesto un estilo de vida que poco tiene de austero. También podríamos decir que, para las generaciones jóvenes, es una palabra cuyo significado es desconocido.

Pero, de cualquier modo no nos equivocamos, austeridad no significa vivir pobremente, ya que no tiene nada que ver con la cantidad de recursos económicos con los que uno cuenta. Si uno tiene escaso, suficiente o mucho dinero, la austeridad es la consejera perfecta para saber navegar entre los escollos del despilfarro y la avaricia. Porque la austeridad nos enseña a gestionar los recursos de los que se dispone con sobriedad, sentido común, sentido social y previsión. No se trata de privarse de lo necesario ni dejar de disfrutar de lo que el dinero –que nos hemos ganado con nuestro trabajo y esfuerzo- puede comprar.

 

Seamos realistas, las empresas pierden plata como nunca, los sueldos han perdido vigencia, el PBI de Argentina este año, será tal vez el peor de su historia, la inflación, todavía retenida, no nos perdonará, el sector de siempre de trabajadores y empresas a los que los gobiernos suelen reiteradamente poner contra la pared, problemas de escasa posibilidad de seguir sufriendo el gigantesco déficit fiscal. Frente a este duro panorama no queda más que cuidar al extremo las actividades productivas y poner en práctica más que nunca la virtud de la austeridad. Y en esta línea, pasemos de lo privado a lo empresarial, la austeridad encuentra un terreno fértil para desplegarse. ¿Cuántas veces hemos escuchado decir: ¿pero que te importa? Gasta nomás, total, es la plata de la empresa. Bajo esos patrones de gestión, las cosas, posiblemente, nunca irán por buen camino para una empresa y, a la larga, para la misma persona que así actuó pensando, erróneamente, que él no se perjudica. Más allá del mal uso del dinero, los bienes y materiales- que si trae consecuencias negativas para la empresa- el no actuar de acuerdo a la virtud trae efectos negativos sobre todo para la persona que está dejando de hacer las cosas bien.

 

De modo que quiérase o no, tendremos que adaptarnos al nuevo escenario, haciendo los ajustes obligados en el propio modo de vida.

 

A.K.